Solo quiero saber si es normal.
Una niña de un año escaso saca de la bolsa de su sillita de paseo un llavero olvidado y, sin titubear ni mediar balbuceo, se encamina derechita y en un santiamén con sus pasos vacilantes hacia la puerta blindada, donde trata de introducir la llave de seguridad en el bombín correspondiente, al que gracias al azar aún no llega; aún. La hemos cogido a tiempo, pero quién sabe hasta cuando. Me aterra -y simultáneamente me fascina- esa capacidad indiscriminada que tienen de aprender nuestros cachorros.
Eso sí, es capaz de discernir que la cocina, ese paraíso de cajones y de armarios para el que no tenemos puerta, es un jardín prohibido de momento para ella: se acerca al umbral, nos mira con sus mejores ojitos de ‘si es solo una vuelta’, pero de ahí no pasa; se hace a la idea enseguida de que no es apto aún para menores y se busca otro juego.
De modo que me consuelo pensando que, cuando llegue el momento, e introduzca la llave en la cerradura y complete los no sé cuántos giros del superanclaje y logre abrirse paso al exterior, ese exterior sin blindaje ni vigilancia, sabrá retenerse en el umbral esperando a que sea su hora y no la de rodar ni aventurarse escalera abajo incapaz todavía de arrostrar todos los peligros, que serán por el contrario bienvenidos cuando ella pueda.