He leído esta novela morosa y amorosamente. Es un canto a la vida, una apología de lo anodino; que no lo es. He disfrutado como se disfruta una vía contemplativa que parte de lo intrascendente y abisma en lo trascendente. Una vía íntima, delicada y deliciosa. Aún más, si cabe, por haber sido, circunstancialmente, vigilante de museo, como el protagonista de esta historia. No veinticinco años; ni siquiera llegarían a treinta días. Hace ya tanto de ello... De aquella experiencia rescataré una insolente capacidad de superación de la rutina que comparto con el personaje maravillado de Pablo d'Ors. Recursos de la quietud.
"Cuando miramos algo mucho tiempo, sea lo que sea, terminamos por afirmar su fealdad e insignificancia, o incluso su ridiculez. Ahora bien, si ese mismo objeto o persona se mira durante mucho más tiempo, esa insignificancia y fealdad, ese inevitable ridículo, se trastoca misteriosamente en belleza y sentido. [...] Porque éste es el secreto: no hay que cansarse de mirar; no hay que retirar la mirada cuando se descubre la fealdad. La belleza sólo llega a quienes la esperan." (Pablo d'Ors, El estupor y la maravilla, Ed. Pre-textos, pp. 114-115)
2 comentarios:
Estamos preparados para la belleza porque nos rodea, permanentemente, la fealdad.
Suena bien la recomendación... Y yo soy un poco impresentable por no haber leído aún nada suyo, a pesar de tus reiterados comentarios. En cuanto acabe el manual, lo subsano.
Espero que estés bien, Julio.
Un abrazo,
Fran
hAs siDo tÚ...
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