Tras las primeras noventa y cuatro páginas, brillantes, de Las partículas elementales, Houellebech nos introduce en un catálogo de trastornos sexuales y aridez estilística que han estado a punto de hacerme abandonar el libro. Los protagonistas y el grueso de los figurantes son unos tarados y a ratos la narración resulta aburrida pese a que describe, o más bien expone, las carencias sexuales de los mismos, que, como asunto, podría no estar mal… Pero si el personaje de Michel me produce conmiseración, el de Bruno -y su mundo de perturbados, pedófilos, racistas, sádicos, etc.- me repugna y logra por momentos sacarme de mis casillas.
Parece que complace a Houellebecq el relato de todo tipo de aberraciones -en las experiencias satanistas estuve a punto de tirar el libro por la ventana, aunque en este caso creo que lo que más me deprime y asquea es que realmente existan seres ¿humanos? así-.
En realidad, creo que lo que le complace es sencillamente epatar. Y en eso ya existen maestros mucho más dignos de leer; claro que no son fenómenos mediáticos actuales -como me apuntó Jaime Alejandre del autor francés- sino escritores de una inteligencia preclara que en este Houellebecq solo surge en la primera parte y, a partir de ahí, en contadas ocasiones. Mejor leer a Oscar Wilde o a Henry Miller, por citar los primeros que se me vienen a la cabeza.
Lástima, porque la cosa había empezado tan bien… (Y porque no cabe duda de que esa construcción pseudocientífica y fría de la voz narradora trufada de información de Internet es francamente interesante, con sus gotitas de emotividad. Pero, al final, no resulta suficiente.)
Me voy a leer Las ninfas, de Paco Umbral, in memoriam, a ver si el producto nacional bruto me saca del dique seco…
domingo, 2 de septiembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario