Photo © Sophie Bassouls Corbis-SygmaMe presentaron a Encarna Castejón -al resto de los convidados, a Ulía, a Tom, y por supuesto a mi mujer, a mi cuñada y a mi hija ya los conocía- en una ajetreada e interrupta merienda en casa de mi muy amiga Layla, que me introdujo como grandísimo fotógrafo y poeta de no malos versos -o un rizo parecido-. Ahí es nada. Mi hija tuvo a bien ponerse enferma y me evitó excusarme de lo uno y de lo otro. Salimos sin más dilación y sin remedio hacia el hogar, donde mi niña siguió igualmente enferma, pero más recogidita.
Noche de perros, cita con la pediatra y mano a la estantería: Encarna había mencionado ser -¿o lo hizo Layla?-
la traductora de Houellebecq, entre otros, y a su vez escritora -por ahí anda su poemario
Etimología, que espero localizar y leer-, y yo guardaba, en mi sección de libros en espera, entre muchos otros, el volumen de
Las partículas elementales, del susodicho autor. Aquel encuentro
causual había hecho que la obra del novelista francés pasara para mí de la potencia al acto: un empujoncito coyuntural suficiente la había puesto entre mis manos -casta e intelectualmente-. Una cosa lleva a la otra y en este caso, Encarna, sin pretenderlo, me ha introducido en Houellebecq, que insiste en que únicamente ella lo traduzca al castellano. Por algo será.
Ayer lo comencé a leer. Me bebí del tirón las cien primeras páginas… y estoy entusiasmado. Posee un desparpajo, una sensibilidad y una ciencia narrativa absolutamente envidiables.
Gracias, Encarna, por la
causualidad. Y por lo que el texto tenga de tuyo.