Los textos e imágenes del blog pertenecen al autor del mismo, salvo que se cite expresamente lo contrario.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Senegal, un viaje para aprender (5)

foto: Juan de Dios Morán

Una barahúnda de alumnos se precipita fuera de las aulas. El sol oblicuo dora la arena, los ajados testeros de hormigón arañados por la sal, rostros de bronce amable; sonrisas, sonrisas siempre…
En tropel, chicos y chicas se apelotonan en torno a cuatro (literalmente) ordenadores, a los que se aplican después de clase. El brillo de las pantallas les atrae, excita su fantasía: ventanas aespaciales del mágico e imposible mundo exterior, que de algún modo poseen solo con verlo.
La mínima sala de informática es la única con aislamiento en el complejo educativo: un falso techo de madera que crea una cámara de aire; eso es todo. Y un ventilador escaso. Y un ajado suelo de sintasol; un lujo en estos pagos. Y el fino polvo de cemento que el aire mezcla con arena y sal en suspensión y se cuela por todas partes. No se puede poner más atención en el cuidado de los exhaustos ordenadores antediluvianos con sus pobres medios y un rimero de cadáveres electrónicos se levanta como un doble muro en uno de los laterales; componentes para, quizás, reparaciones. Aunque el vértigo de la novedad seguramente también en Senegal los deje en seguida obsoletos. Y eso que siempre van una o dos generaciones informáticas por detrás, reabsorviendo el mercado de hardware y software caducado en Occidente, como el pariente pobre que hereda el jersey ese demasiado grande o demasiado pequeño con el que sin embargo, qué remedio, se acomoda. Lo cual es genial: los hombres de negocios que desde siempre han sabido aprovechar la debilidad humana han encontrado un lugar donde se paga por la basura.
Una basura que encima, lógicamente, les durará poco.
Sin cristal en las ventanas; la arena de sus pasillos de viento campando por sus rincones; el salitre de sus tierras agostadas abrazadas por el mar… Aquí un ordenador, una máquina no humana tiene una vida corta; ni más ni menos que cualquiera de estos chicos y estas chicas crecidos como palmeras que madura el trópico.
Nuestra longevidad media viene a ser de casi ochenta años según las últimas estadísticas. La vida por delante de estos muchachos y muchachas alborotadores como cualquiera de los nuestros ronda los cincuenta. ¿Será para que no sufran demasiado? Qué barbaridad.
Ellos no parecen enterarse; y en albórbola radiante festejan cada segundo de su vida. En torno a sus ordenadores renqueantes. En torno a su biblioteca escuálida, por escasa y por sobreexplotada. En torno a su terreno de fútbol delimitado por viejos neumáticos; allí los jugadores, descalzos los más, se afanan por meter gol con un atado de apelmazadas bolsas de plástico. En torno a sus juguetes de ficción, burlados también al vertedero, donde una tapa se convierte en una rueda, una caja de cartón en un soberbio chasis, unas chapas de refresco en faros a la última y… ya tengo un camión, un fórmula uno, una bicicleta… Los pocos libros que poseen pasan de mano en mano, la temblorosa luz del alumbrado público es su sala de lectura, una lata de tomate de cinco quilos vacía es el taburete en el que se sientan, o cuatro tablas de madera o una silla de plástico, eso sí, de reciclaje de esas montañas de plástico que se acumulan en torno.
Y es que no se enteran. Se piensan que tienen un futuro. Y harán todo lo posible por, igual que con el camión o la muñeca de papel de periódico, inventárselo.

lunes, 28 de mayo de 2007

Sonrisa africana



Sí, os hablaré de sus sonrisas. Hablaré del alborozo; de la permanente grisura de los que todo lo tienen y de la permanente celebración de los que han de reinventarse a sí mismos cada día. ¿Por qué el alboroto de los niños de Senegal suena como a cascabel de risa y a limpio y el de nuestros niños cada día suena más a bronco, a queja, a macarrería...?
La sonrisa africana es todo un tópico. Un lugar común en el que uno quisiera habitar.

Sonrisa en los labios y en la honda mirada que relampaguea en sus hombres y mujeres sabios. Palabras todas estas tan manoseadas... Aquí tiene uno la sensación de que acaban de nacer. De que se haya uno más cerca del origen de las cosas.

Anuncios breves


Jaime Alejandre, en calidad de poeta egregio, presentará su obra De entre las ruinas el próximo jueves 31 de mayo en el café Libertad 8 (c/ Libertad 8, en Madrid), de vasta tradición cultural y artística, a las 19.30. Intervendrán en el acto: Cristina Narbona, Ministra de Medio Ambiente; Elvira Daudet, escritora y periodista; Jaime Azcona, lector de español en la Universidad de Leiden; Basilio Rodríguez Cañada, editor y presidente del Pen Club de España; y el autor del libro, que nos deleitará con la lectura de algunas escogidas páginas.

Unos días más tarde, el domingo 3 de junio, tendré el placer de compartir stand con este gran autor y amigo, en la caseta 145 de la Feria del Libro, en El Retiro madrileño, a partir de las once de la mañana y hasta las dos y media, donde firmaremos ejemplares de nuestros libros. Él, de sus extensísima obra; yo, de mi reciente Sunu Gaal. Aun cuando lo tengáis podéis pasaros por allí; siempre es un detallazo regalar poesía...
Yo firmaré asimismo el jueves 7 de junio en la misma caseta de Sial, a partir de las seis de la tarde y hasta la hora de cierre, es decir, las nueve y media, por si alguien no pudiera acercarse la mañana del domingo. Y Jaime firmará también el viernes 8 por la tarde en la caseta 185, de la librería Antonio Machado.

Nos vemos...

viernes, 25 de mayo de 2007

Senegal, un viaje para aprender (4)


Penetramos en el oscuro bar con la ilusión de escondernos del calor sofocante de la calle. El apesadumbrado ventilador colonial se movía perezoso, como si también acusara la densidad del aire, que en vaharadas de espeso vapor nos lanzaba intermitente para nuestro mayor desespero. Ni siquiera la cerveza más fría proporcionaba a aquella hora algún consuelo. Y eso que eran proverbiales sus propiedades curativas contra la sequedad del alma; y admirable la tolerancia implícita en el hecho de que un país de notable mayoría musulmana produjera dos magníficas marcas de rubio lúpulo, Flag y Gazelle, lo cual animaba sin duda a su degustación. Aun así. Sólo la amable conversación lograba zafarnos mentalmente de lo que el cuerpo se limitaba a soportar con estupor. Juande solía abrir fuego; y Papis o Mamadou, armados de paciencia, desplegaban a bote pronto un discurso perfecto, tejido con delicadeza y verdad, bien tramado, sencillo, coherente, derecho... A nosotros nos admiraba esa facilidad para la palabra, resultado seguramente de arraigados siglos de oralidad. En África no se cree, se sabe que las palabras curan, como una planta medicinal bien dosificada. Y es, todavía, todo un arte al que se entregan con dedicación. Y tiempo.


El que nosotros no teníamos... Por la tarde regresamos a la escuela de Parcelles Assainies. Nos encontramos con la bulliciosa salida de los chicos, que a su algarabía natural añadían el estímulo de nuestra presencia. ¿Qué hacían allí esos blancos, esos djins, benignos en este caso, que durante cientos de años habían sido sus esclavistas, sus colonizadores, sus explotadores irredentos? ¿Qué se nos había perdido allí?


Lo mismo probablemente que a esos bañistas que en nuestras costas vieron alucinados como unas coloridas embarcaciones arrivaban a la playa; de ellas desembarcaron zarrapastrosos aunque aguerridos navegantes, que no se han detenido hasta ahora ante nada; allí cayeron a sus pies, exhaustos, exánimes, exangües... El gesto inmediato de los turistas fue de socorro. Las imágenes de la prensa fueron tan pintorescas como estremecedoras: aquellas benévolas en biquini... sosteniendo a agotadas estatuas de ébano.


Algo así debíamos parecer nosotros, con nuestros chalecos de explorador en medio de aquella espigada y oscura chiquillería luminosa.


Pero aquellos primeros auxilios resultaron eficaces -¿cuándo el amor no lo es?-; y estos que pretendemos nosotros confiamos plenamente en que lo serán. La educación es un valor seguro, necesario, indispensable... El hambre no se acaba con comer. El horizonte que se abre ante los jóvenes de este país es en muchos casos... la nada. La nada, eso sí, con un plato de arroz, que nunca falta en una sociedad tan solidaria como la senegalesa. Pero un plato de arroz no es suficiente. Nunca es suficiente. Sobrevivir no es vida.


La educación y la cultura son necesidades de primer orden. Y colaborar para el desarrollo de una escuela en condiciones es convertir unos chalecos de turista en chalecos salvavidas para evitar que el mar seduzca a alguno de estos jóvenes, para evitar que el mar apague siquiera una de estas fabulosas sonrisas...


miércoles, 23 de mayo de 2007

Anuncios breves


Mañana jueves 24 de mayo, a las 20.00, Emilio Porta presenta su libro Destinos y caballeros, publicado por Sial Ediciones, en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles: c/ Leganitos 10, 1º dcha., en pleno centro de Madrid.
Intervendrán en el acto, además del autor, Montserrat Cano, escritora y prologuista del libro, junto a Basilio Rodríguez Cañada, editor y presidente del Pen Club de España.

Allí estaremos, estimado Emilio.

martes, 22 de mayo de 2007

Senegal, un viaje para aprender (3)

foto: Tida Coly

M. Mbodj convoca con carácter inmediato un claustro excepcional en el que se hallan representados todos los integrantes de esta comunidad educativa: alumnos, profesores, padres, personal administrativo, dirección... Todos toman ordenadamente la palabra. Todos se escuchan. A pesar del calor, asfixiante. A pesar del ruido, imprescindible, de un ventilador colgado del techo. Por un momento pienso que no estamos sentados en torno a una mesa desbaratada, sino alrededor del gran árbol que en cada aldea africana cobija la palabra. Por un momento no es un osario de ordenadores desfasados y apilados lo que nos rodea, sino una extraña, instantánea asamblea de hombres libres, de hombres que mutuamente se necesitan, se entretejen, se apoyan.


Alguien trajo unas bebidas. Desgraciadamente nosotros, los toubabs, de paso, no pudimos disfrutar del hielo, picado a punzón en trozos irregulares; y regresamos a la realidad. Una realidad de necesidades que yo fui traduciendo. Juande tomó minuciosas notas. Manuel observaba todo atento y aportaba sugerencias...


Tratamos entre todos de dilucidar lo que llamamos prioridades. Parece que está claro. Hacen falta aulas. Hace falta, cierto, un laboratorio de ciencias; hace falta, no menos, una biblioteca; y una fotocopiadora...; los chicos anhelan más ordenadores, más ojos abiertos al mundo... ahí fuera... Para hacer un experimento han de cruzar la ciudad en pequeños grupos, por turno y aprovechar las instalaciones de otro colegio. Lo que ellos llaman biblioteca no es más que un destartalado, indescriptible armario en la sala de profesores. Para poder utilizar una vieja multicopista necesitarían una fotocopiadora únicamente para elaborar originales, pues su máquina no admite libros, solo hojas. Ya poseen cuatro ordenadores conectados a internet, delante de los que los muchachos se amontonan, ávidos de horizontes nuevos... Pero hacen falta, urgentemente, por encima de cualquier otra consideración, sin la mínima duda, y en eso todos son irreductibles, aulas. Cinco aulas. Cinco barracones, cinco naves para volver a la normalidad. Una normalidad de sesenta estudiantes por sala, donde hoy se hacinan ochenta y tantos, noventa...


En un momento dado, que obviamente no puedo situar con precisión en el tiempo, comencé a perder el sentido de la realidad, me emboté, me fui... Se me hizo una viscosa pasta en la boca y en el cerebro... Se me antojaba enormemente trabajoso traducir... Se me trababa la lengua... Respiré hondo y me concentré en el regreso. Creo que alguien notó mi fatiga y me ofreció un refresco que apuré de un sorbo largo. Me serví otro. De inmediato pensé en los chicos y chicas que día tras día daban con sus huesos en aquellas salas horas y horas abrumados por el calor y la fatiga... y que en esas condiciones, e incluso peores -sin aquel falso techo de algún modo aislante ni ventilador, destinado a proteger los ordenadores-, lograban aprender. Y lo hacían, y esto es lo más sorprendente, con visible interés, exquisita educación y atención extrema.


Tal vez porque para un africano la escuela representa aún una, entiéndase, vía de escape de la miseria...


La otra vía es el mar... que está llevando a tantos a la muerte.

viernes, 18 de mayo de 2007

Senegal, un viaje para aprender (2)


Pasamos mal que bien nuestra primera noche en Kaolack, de pelea con los obligados anofeles.
El olor de sal se diluye en la bofetada de calor que comienza desde que el sol despunta.
De buena mañana nos encontramos con el director de la escuela de Parcelles Assainies, irónico nombre ('parcelas saneadas') para un barrio de calles de arena, chamizos y barracones de hormigón en pobre desorden, montones de basura que los vecinos queman aquí y allá o alimentan a cerdos, cabras, carneros... Un barrio donde le das a un niño una palmera de chocolate y corre de inmediato hacia los suyos, la parte en multitud de pequeños trozos y la reparte entre todos ellos, todos, alborozados...
En este entorno se fundó en 1984 una escuela que de un centenar escaso de alumnos ha pasado a mil cien. Ha crecido tan rápido como los muchachos que en ella estudian y ya no caben en sus aulas. Jóvenes bulliciosos, ilusionados, alborotados por muestra insólita presencia allí. Jóvenes que cada día observan el grafiti: “Trabajo-Disciplina-Éxito / Unidos, venceremos”, y en su casa o en la de algún vecino encienden la televisión y con ella sus sueños de coches deportivos, mansiones de lujo oriental u occidental, de un lujo que ellos solo conocen por las fotografías…Y sueñan que está allí, al alcance de la mano, a tiro de piragua…
Esos mismos jóvenes que preferirían soñar en su país, un país de oportunidades donde soñar fuera al menos… posible.

martes, 15 de mayo de 2007

Senegal, un viaje para aprender (1)

El domingo 6 de mayo de 2007, una delegación de la escuela de secundaria 1º de Mayo (Fundación José María de Llanos), del obrero barrio de El Pozo, respiró el aire denso de la noche de Yoff como un recién nacido que inhalara por primera vez el mundo. Juande , jefe de estudios; Manuel, constructor (también los hay sensibles a las necesidades ajenas); y un servidor, traductor y guía al servicio de la causa.
A pie de pista nos esperaban ya los buenos amigos: Mounirou, Bouba, Papis… Todo estaba en su sitio en un país donde los jóvenes no parecen encontrar el suyo.
Emprendimos la ruta hacia Kaolack, abriéndonos paso por la autopista atestada de viandantes, de coches atrozmente sobrecargados, de camionetas de pasajeros repletas donde los cobradores en el pescante se juegan la vida, de toda clase de vehículos a motor o de tracción animal más aptos para el desguace.
Mamadou, nuestro conductor, sorteaba los codazos, achuchones, acelerones y embestidas, los peatones, los carneros… a una velocidad vertiginosa. Hubo algún momento en que pasamos miedo. Le explicamos que no teníamos prisa, que simplemente queríamos llegar. Con una amplia sonrisa, la de quien conoce su trabajo, asintió y levantó desde ese momento y en adelante el pie del acelerador.
Sobrepasado Rufisque, envuelto por la luz fantasmal, amarilla y polvorienta de su cementera, la carretera se hizo más fluida.
Cerca ya de Kaolack, en el pobre horizonte creado por los faros de nuestra furgoneta en la negra sabana, una aparición surgió de la nada, de pie, en medio de la carretera: un hombre que arrastraba su locura y su cuerpo desmadejado en busca de la muerte, una muerte segura. En la mano, una botella de plástico azul. En el rostro, dos ojos alucinados. Mamadou lo esquivó por milímetros y siguió su camino.

Nadie puede hacerse cargo de lo inevitable.

¿O sí?

domingo, 13 de mayo de 2007

Anuncios breves


Acaba de salir de la imprenta, hermosa y rutilante, la nueva entrega de la revista Quebrados, de creación fundamentalmente literaria, dirigida por Francisco José Martínez Morán y Fernando Sánchez Calvo, con el mecenazgo del ayuntamiento de Navarrevisca. Este cuarto número, dedicado de manera monográfica a la sangre, reune a un nutrido grupo de colaboradores entre los que me encuentro. No os desvelo más porque se trata de que vayáis a la presentación este lunes 14 de mayo -si no andáis de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente- en la Casa de los Jacintos, c/ Arganzuela 11 (metro Puerta de Toledo o Latina). La fiesta, con lectura de algunos de los textos, dará comienzo a las 19'30 y sin vosotros, naturalmente, no será la misma.
Para los que a pesar de todo no podáis asistir: el precio módico de la revista es de 4 € y la podéis adquirir ya en prestigiosas librerías como Hiperión o Visor, o bien poniéndoos en contacto con quebrados_rc@yahoo.es.

Esto no es todo.
El día 17 de mayo, jueves, a las 19'00, La Fundación José María de Llanos y el CES y FP 1º de Mayo presentarán en el salón-restaurante de su Escuela de Hostelería del Sur (c/Martos 15) el delicioso libro Cocina sin sal para "gourmets" caseros, de Layla Ishi-Kawa, en edición de Aldeasa. Delicioso tanto por su contenido como por su original exposición.Presentarán el libro Teresa Castanedo, Jefa de Cultura de Informativos de Telemadrid, y María Cárdenes van den Eynde, Responsable de Producción Editorial de Aldeasa.
Allí estaremos.

Senegal, un viaje para aprender

Días de viento, polvo, calor y prisa. En setenta y dos horas: Kaolack, Thies, Toubab Dialao y Dakar. Cualquiera después del desastre planetario de Bush se atreve a soltar lo de "Misión cumplida". Cumplida estará el día en que en el patio de arena fatigada por el sol se levanten cinco naves de cemento donde 300 alumnos se amontonen -pero menos- en torno a su profesor, a razón de 60 por aula.
Hoy la ratio es de 80 ó 90. Impresionante. E incomprensible. Y sin embargo el profesor allí habla y el alumno escucha, toma nota, exprime sobre el pobre cuaderno o la pizarrilla el jugo precioso que puede llevarle a la sabiduría, o al menos al aprendizaje necesario para poder llegar algún día a servirse a sí mismo, a su familia, a su país...
Creo que en Senegal existe una alta conciencia del yo -en Occidente, apenas del individuo (por no decir el consumidor)- y del nosotros, que va creciendo en círculos alrededor mostrándose en la consideración habitual de los que nos rodean, tal vez porque necesitamos a los demás igual que ellos a cada uno de nosotros.
En fin, ya iré colgando aquí las impresiones de un viaje relámpago, junto con otros dos compañeros del 1º de Mayo, con la intención de concretar un proyecto de cooperación con una escuela de Kaolack. Todos podréis hacer algo, diminuto, irrisorio, tal vez para vosotros insignificante, pero con todos esos mínimos ladrillos, podrán ellos disfrutar de su espacio y de su justo tiempo de clase, también hoy mermado por la carencia de aulas. Entre todos podremos levantar... la esperanza.